CATA, PERICO Y EL MENSAJE
(un Cuento de Norwell Calderón Rojas)
Silvia Catalina miró a Perico antes de salir de su casa. Perico era grande, tenía las orejas largas y una mirada alegre, pero aunque Silvia Catalina ya había cumplido los 8 años, nunca había visto un perro de color verde.
“Debes quedarte aquí, Perico”. Le dijo la pequeña tomando su morral, y los ojos de Perico brillaban como si entendiera sus palabras, aunque eso no era posible: Perico era un perro grande de peluche.
Desde la puerta de su cuarto, cuando se marchaba para asistir a su primer día de clases en el grado tercero, la niña volvió a mirar a Perico.
- ¡Cuánto me gustaría que fueras de verdad, Perico! Así no tendrías que quedarte aquí, tan solo, mientras yo voy a clases.
Casi todo el tiempo Silvia Catalina era muy feliz. Para ella estudiar era como una fiesta, en la que se divertía y se encontraba con sus amigas; con ellas jugaba, paseaba los pasillos de su colegio - la Nacional de Comercio – y se emocionaba contando sus programas de televisión favoritos, como el de Phineas y Ferb. Cata, como la llamaban, realmente era feliz en el colegio y en su casa, con sus padres. El único momento del día en que sentía que su pequeño corazoncito se entristecía era cuando salía de su cuarto y dejaba solo a su compañero de toda la vida, el fiel perro de color verde.
Esta vez, Cata se fue pensando en Perico todo el camino. Se lo había regalado su abuela cuando ella tenía 2 años y nunca se había separado de él. Ni siquiera cuando fue con su familia de paseo a Bogotá. Al principio no noto que fuera diferente, pero, el día que iba a cumplir 5 años, el fastidioso primo de Viviana le había dicho: “Cata, ¿eso es un perro o una planta?” y entonces ella se dio cuenta de que el suyo era distinto de los otros, y se sintió molesta con ese niño que se burlaba del regalo de su abuela, y también sintió pena, porque su muñeco era distinto a los demás. Fue por eso que le puso como nombre Perico. Le pareció que así quedaría claro que su perrito era un animal y quedaría claro por qué era verde.
Antes de llegar al colegio ya se semtía aliviada: eso ya había pasado. Ahora se sentía orgullosa de que Perico fuera diferente a los otros, y además, ese molesto primo de Viviana vivía en Venezuela y seguramente nunca lo volvería a ver.
Cuando ya estaba frente a la puerta de su colegio, Cata se alegró mucho al ver a sus amigas y corrió para saludarlas. Sí, allí estaban Paola, Andrea, Viviana y…ahí estaba otra vez el primo de Viviana. ¿Qué haría en Cúcuta? ya debería estar estudiando en su país. Cata no tuvo que preguntarlo porque Viviana le dijo:
- Cata ¿te acuerdas de Federico? Se ha venido a vivir a casa, con nosotros.
Claro que lo recuerdo –pensó Cata – quien podría olvidarse de ese pecoso, fastidioso y grosero niño. Pero no dijo nada, únicamente lo saludó levantando un poco su manita y se fue lo más lejos que pudo para saludar a sus demás compañeras, pero antes de que diera dos pasos escuchó que Federico preguntaba:
- ¿esa no es la niña que tiene un perro marciano?
- ¿marciano? – preguntó Paola, levantando las cejas.
- Sí, un perro tan verde y orejón que debe ser de Marte.
- Ese es Perico, Cata lo tiene siempre en la cabecera de su cama – aclaró Viviana.
- Pero esa niña está muy grande para dormir con juguetes – dijo Federico, levantando la voz para que todos lo escucharan, y también soltó una carcajada.
Al regreso a casa su mamá se dio cuenta de que Cata estaba triste o preocupada, pero pensó que aun no era el momento de preguntarle. Lo primero era levantar su ánimo, y ella sabía muy bien como:
- Cata, ¿adivina que te espera entre el frío polar de la nevera?
- Mami - le dijo la pequeña – estás hablando como en el programa de Discovery.
- Es porque te voy a proponer una expedición para descubrir que hay en el congelador.
- ¡Helado de chocolate! – Cata gritó de alegría y se fue a prisa para regresar unos segundos después con un enorme helado de chocolate, su preferido entre todos los del mundo.
A los 8 años no hay pena que pueda contra un cremoso Superchocogustoso – Pensó la mamá de Cata – pero tengo que saber qué es lo que ha pasado. Ha vuelto triste del primer día de clases. Mi Cata, que es tan juguetona y cariñosa, no me dio el beso de saludo, no encendió el computador para jugar…ah, y tampoco ha puesto atención a la televisión. Aquí hay gato encerrado.
En realidad, para Cata, no había gato, sino perro encerrado. Y ese perro era Perico, que ahora había pasado al armario de su cuarto. ¿Por qué le habían dolido tanto las palabras de Federico? Se preguntó la niña.
Es cierto que se había burlado de su perro, pero, al hacerlo, también la había molestado a ella. Silvia Catalina se miró al espejo. Era la misma: ahí estaba su largo cabello café, sus ojos marrones, su carita, sus pequeñas manitas...entonces ¿Por qué sentía que algo había cambiado? No sabía la respuesta, ya que nunca le había preocupado mucho lo que pensaran los demás; si alguien le decía que estaba un poquito gordita, no se preocupaba, ella era así y así estaba contenta. Pero en cambio, las palabras de Federico sí le habían dolido. Recordó lo que Federico había dicho y como lo había dicho: dijo que Perico era un perro marciano, verde y orejon, que Perico era un juguete y que ella...era muy grande para dormir con juguetes. Y calro, ahí estaba también esa horrible y repelente carcajada.
Elizabeth, la mamá de Cata, se dio cuenta del cambio que tuvo su hija. Ya no pedía helados, ya no cantaba por toda la casa como hacia siempre, hablaba como si fuera una niña mayor y había guardado en el armario a su fiel amigo de tantos años: Perico, el perro verde. Es – pensó Elizabeth - como si ya no quisiera seguir siendo niña. La mamá de Cata, además de tener muy buenos sentimientos, era inteligente y sabía que aun no era el momento para preguntarle a Cata que pasaba por su cabecita. Dejaría que pasara tranquila su cumpleaños - que era al día siguiente, el 19 de enero – y luego vería como se las arreglaba para hablar con ella. A lo mejor era eso, Cata seguro pensaba que con su cumpleaños debía comportarse como una niña mayor.
(Valentina, Cata y Sofi)
Aunque dos días después ya habían festejado su fiesta – Cata lo había pasado de maravilla - la mamá de Cata no encontraba el momento de hablar con su hija. La veía tan seria y callada, que se alegró cuando, de una manera que no esperaba, pudo entender lo que pasaba.
- A mí me parece una tontería – le decía, a Cata, Laura Sofía, su hermanita de seis años.
- Porque no es a ti a la que molestan – respondió Cata con tristeza - dicen que Perico es un bicho raro.
- Las que te dicen que tires a la basura a Perico no son tus amigas.
- No, pero son las niñas más grandes.
- Y más bobas.
- Sofi, no quiero que me traten como una niñita y se burlen, como lo hace Federico
La mamá de las niñas, que les llevaba unas galletas, se detuvo a escucharlas. Le parecía estar oyendo a dos muchachas grandes y no a sus pequeñas.
- ¡Ja!, ese Federico no sabe nada. Dijo que perico es un juguete – mientras hablaba sofí levantó un dedito como había visto que hacían en la televisión los detectives.
- Pero sí es un juguete – le contestó Cata.
- No, él es el guardián de tus sueños – Sofí se puso seria cuando terminó la frase.
- Ya, Laura Sofía, deja de repetir frases de Sueña Conmigo. Esto no es una novela.
- Eso no me lo dijo nadie, es que yo lo sé. Tú nunca juegas con Perico, ni siquiera dejas que yo lo toque. Pooor queee – Sofi abrió los ojos como si hubiera encontrado una verdad del tamaño de la luna – porque él no es un muñeco de jugar. Es un amigo de acompañar. El te acompaña todas las noches y también cuando llueve o estas con gripa y no puedes salir.
- Pero si no lo guardo no van a dejar de molestarme
- “El que no arriesga no gana” – gritó Sofi mirando al techo– y eso sí lo dice Roxi Pop.
Las dos niñas reían y la señora Elizabeth ya sabía qué pasaba. También sabía qué tenía que hacer. Por eso al entrar al cuarto de Cata, le dijo:
- Cata, el sábado quiero que te vistas temprano y me acompañes a una visita.
- Mami, el sábado no. Tengo que hacer tareas para poder pasar el domingo con abuelita.
- No te preocupes, yo te ayudaré después con las tareas. Además, vas a aprender algo que no está en los libros.
- Está bien mami. Me pondré el vestido de mi cumpleaños, pero debes saber que cuando me levanto temprano los sábados me da hambre de salchichas y jugo de naranja.
Cuando Cata terminó el último bocado de salchicha y había acabado el jugo de naranja, fue a buscar a su mamá para contarle que ya estaba lista.
En el carro la señora Elizabeth le estuvo hablando de Gramalote, un bonito pueblo que ella había visitado varias veces.
- mi Cata, ¿Sabes lo que pasó en Gramalote?
- Claro que sí, mamita. Se derrumbó todo.
- Sí, la naturaleza destruyó en tres días lo que sus habitantes habían construido en 153 años. Fue por el invierno, pero sobre todo por algo que llaman una falla geológica.
- Mami, y si todo se derrumbó ¿ahora donde viven?
- Donde los familiares, donde los amigos. Pero los menos afortunados viven en un mismo lugar que llaman albergue. A veces en colegios…como este. Ya llegamos.
Elizabeth bajó del carro varias cajas y bolsas.
- - Esto es para ellos. Como se quedaron sin nada, todos tenemos que apoyarlos. Si nos hubiera pasado a nosotros, ellos habrían hecho lo mismo. Eso se llama solidaridad.
Mientras su mamá hablaba con varias señoras, Cata se asomó al salón que estaba al lado. Solo había un niño de unos diez años. Parecía muy triste. Cata sintió su misma tristeza.
- Mi casa era verde, del color de ese vestido. Pero la montaña la dañó –dijo el niño.
- A mí me gusta el color verde. Tengo un muñeco que es un perro verde y es mi guardián de sueños.
- Yo tenía algunos juguetes, pero la montaña también se los llevó. Ya no tenemos nada. Bueno, como dijo mi tío, todavía tenemos la vida.
- Y también las a tu familia - quiso consolarlo Cata.
- Pero yo no sé donde están mis papas. Ellos se fueron a Gramalote a ver si quedaba algo de la casa. Pero eso fue hace unos días y no han vuelto. Mi tío regreso a Lourdes porque es de allá. Estoy solo.
- Ahora estás conmigo. Y mañana también vendré, le diré a mi mami que tengo un amigo que quiero visitar.
- Yo me llamo Julio.
- Y yo soy Silvia Catalina, pero me puedes decir Cata.
Cuando julio le dio su mano para saludarla escucharon que la mama llamaba a la niña. Así que se despidieron.
- Mami, mañana no veré a la abuela. Quiero visitar a un amiguito que conocí en el alberje. - Se dice albergue.
- Como sea. ¿Me puedes traer mañana?
- Claro.
- Y así me puedes enseñar lo que me ibas a enseñar.
- No hace falta mi Cata. Creo que ya lo habías aprendido antes de venir. La solidaridad es la amistad con los que uno todavía no conoce.
- Como eso que dijiste de apoyarlos.
- Sí, como apoyar, querer, respetar y ayudar.
- Pero en casa todos apoyaron y en cambio yo no traje nada.
- Mañana será otro día, y cada día es una nueva oportunidad para hacer lo que uno de verdad quiere.
(Perico)
Cata hizo sus tareas lo más rápido que pudo. Lo primero que hizo fue regresar a Perico a la cabecera de su cama. Ya no tendría pena de su fiel guardián de sueños, como lo llamó Sofi; ella era una niña, y las que le decían que lo botara ni siquiera eran sus amigas y tampoco quería que lo fueran. Y Federico ya no le importaba, su hermanita se lo había hecho ver como lo que era: un niño que no sabía nada. No sabía lo que era la amistad, por eso siempre estaba solo o con Viviana, porque ella era su prima y se lo tenía que aguantar. Nadie quería estar con él. Seguro que tampoco sabía lo que era la solidaridad.Luego Cata busco entre sus cosas algo que pudiera gustarle a Julio. No podía ser ropa – el era más grande y era un niño – y las demás cosas, como eran de niña, no serían un buen regalo de nueva amistad.
Cata se paseo como un pajarito enjaulado por la casa. ¿Y si le cantaba una canción? Ella y Sofi querían ser cantantes. Podía escoger una bonita canción. Pero luego pensó que una canción se acaba y luego Julio no tendría nada.
La tarde se le hizo larga y ella seguía pensando: “Hay niños que ni siquiera tienen un juguete” -le había dicho su papa alguna vez - Y sus mamá le había dicho: “Cata, cuando se regala algo no se da lo que uno no quiere, se regala lo que uno más quiere, lo que le puede dar alegría a quien queremos obsequiar”. Cata se asusto. ¿Qué era lo que ella más quería aparte de su familia y sus amigas? – Y ninguno de ellos era un regalo – la respuesta era muy clara: Perico.
Pero, si acababa de regresarlo a su cama, y además era su guardián de sueños, su amigo. No, no podía ser Perico. Así que Cata siguió buscando hasta la noche sin encontrar nada. Después estuvo hablándole a su enorme y verde perro de peluche, y ya muy tarde, le hizo una sola pregunta a Perico. Una pregunta que su amigo no le podía responder.
Durmió abrazada al orejón perro verde de peluche. Pero al despertarse, lo encontró caído de la cama, junto a la puerta del cuarto. Cata pensó que esa era una señal de respuesta.
- Cata ¿ya estas lista?
- Sí, mamita – respondió ella con una melancolía muy grande.
Todos los que estaban en la sala de la casa se miraron sorprendidos: Silvia Catalina, Cata, llevaba en sus manos – con una cinta verde atada a sus orejas – a Perico.
Nadie le dijo nada. Ni siquiera su mamá se atrevió a preguntarle nada. Llegaron al albergue y cuando Elizabeth se iba a bajar del carro Cata la detuvo con un ruego.
- Mami, déjame ir sola. Voy a despedirme de Perico, y si tu estas, tal vez llore.
- Aquí te espero, mi bebe.
Nadie pareció darse cuenta de su entrada. Pero encontró a Julio en el mismo salón.
- Julio – le dijo - el es Perico. Tal vez te parezca raro por el color, pero es mi amigo y es el mejor perro del mundo.
- Niña, pero si es su mejor amigo ¿Por qué me lo regala?
- Porque tu ya no tienes muñecos y porque ahora tu eres mi amigo. Aunque Perico no es un juguete. Es un perro que acompaña.
- ¿Ya no lo quieres?
- Porque lo quiero mucho es que te lo regalo. Estará mejor contigo y tú estarás mejor con él.
- Está bien, Catalina - respondió Julio - pero con una condición: cuando vengan por mí y cuando yo ya tenga mis juguetes se lo regreso. Como regalo de vieja amistad. Catalina, tal vez perico ya no esté igual ¿no le importa?
- Si lo cuidas no me importará.
- Tal vez ya no lo reconozca.
- Yo siempre reconoceré a Perico. Ni que lo fueras a dañar o a cambiar de color.
- No, perico estará verde cuando lo vuelva a ver. Estoy muy feliz por el regalo.
- Tengo que irme, Julio.
- Yo también tengo un regalo, Catalina.
- ¿para mí?
- No.
- Entonces…
- Ya lo sabrá cuando lo abra.
- ¿Cuándo?
- No se preocupe, usted misma verá cuando debe abrirlo.
- ¿Es un misterio?
- Es un mensaje.
De regreso a su casa Cata llevaba apretado en sus manos el sobre de papel en el que Julio le había entregado el misterioso mensaje. Estaba feliz y triste a la vez, y eso nunca le había pasado. Tendría que esperar al próximo sábado para poder ver de nuevo a sus dos amigos, y ya estaba ansiosa de que llegara ese día. Por el momento solo le quedaba esperar y guardar en su lugar secreto el mensaje de Julio.
El sábado siguiente Cata lloró como nunca lo había hecho. Había regresado con su mama al albergue para pasar toda la mañana. Vio a todos los niños, habló con Pedro, con Juan, con Elena, con otros más y de todos termino haciéndose amiga. Pero no encontró a Julio. Preguntó por él y nadie supo decirle nada. Preguntó por Perico y nadie lo había visto – ¿un perro verde? Le habían preguntado con sorpresa los niños – y a Perico tampoco lo habían visto. Su mamá también pregunto a los mayores por Julio.
- No, señora Elizabeth, aquí hay un niño Julio, pero tiene seis meses.
- Pero mi hija habló con él.
- Tal vez tiene dos nombres ¿Cómo era?
- No sé. Yo no lo vi…
Cata lloró el sábado, el domingo, el lunes y hasta el martes. Perico se había perdido, lo había regalado y se había perdido. Ya nunca lo volvería a ver, ni a él ni a Julio. Y a hora le decían que julio no estuvo nunca en el albergue. ¿Sería un sueño? Se preguntó. Nadie lo había visto, ni siquiera su mamá. Y un señor le había dicho a su mamá eso de “es que los muchachos de ahora tienen mucha imaginación. Es por eso de la televisión. Yo no dejo que mis nietos vean televisión”.
Esta vez se sintió burlada, triste, con rabia, y no sabía cuántas cosas más sentía. Ni Sofí la alegraba con sus actuaciones de Roxi Pop. Ni siquiera los helados de chocolate la tranquilizaban. Perico, Perico…donde estaría su guardián de sueños.
Unas semanas más después Cata todavía seguía muy triste. Por eso, y para hacerla feliz, su abuelita la llevo a pasear al parque. Le contó historias de su niñez y la invito a un helado. Pero Cata no quiso el helado. Entonces la abuelita pensó que lo mejor era regresar. Y justo cuando pensó eso Cata salió corriendo.
- Cata ¿qué haces? Deja ese perro que te puede morder.
- Es una perrita, abuela. Y es orejona.
- Ten cuidado. Debe ser un animal callejero. No tiene collar - le advirtió su abuela.
- Pero es muy bonita – Viviana Cata mientras acariciaba a la perrita, que en realidad era bastante grande.
- Pero no tiene collar y te puede morder – insistió su abuela.
- Pero esta gordísima y es muy bonita.
- Claro, es que está embarazada – le aclaró su abuela – a lo mejor tiene dueño y se molesta.
- Está bien, abue – aceptó Silvia Catalina y se despidió del animal.
Lo extraño es que la perra – grande, gorda, de mucho pelo amarillo – no se quiso despedir, y aunque la abuela trató de espantarla, las siguió hasta la casa. Y fuera de la casa se quedo esperando después de que ellas entraron.
- Cata, que es eso de que trajiste una perra a casa.
- No, mami. Ella se vino sola.
- Sabes que no puedes traer perros a la casa y menos perros callejeros.
- Mami, es muy bonita.
La señora Elizabeth miró con ternura a Cata. Sabia cuanto estaba sufriendo. No solo era por Perico, también pensaba todo el tiempo en los niños de Gramalote. Tal vez si tuviera un perrito de verdad se sentiría menos triste. Se lo iba a permitir, pero no podía tener a la perra embarazada. Había que negociar con Cata, para que ella sintiera que había logrado convencer a su mamá.
- Pero está embarazada – le explicó la señora Elizabeth a su hija - un perrito vaya y venga. Pero no podemos tener varios perros. No hay espacio en la casa y me volverían loca.
- Solo por un poco de días, mami. Cuando tenga los bebes perritos los cuidaremos y cuando los niños de Gramalote ya tengan sus casas nuevas, se los regalaremos a mis amigos. Seremos hermanitos por parte de perros.
- Cata ¡tú sales con unas cosas! Tu papá va a poner el grito en el cielo, pero está bien. Seguro ya le tienes nombre.
- Se llama Roxi Pop.
- ¿Y eso porqué?
- Porque yo se que le va a gustar a Sofí.
- Bueno, pues se llamará Roxi Pop.
Esa misma noche y con la ayuda de su familia Roxi Pop paso a vivir a la casa de Cata. En el primer piso, bajo el techo que da al jardín, le pusieron su cama mientras un primo les regalaba la casita que había sido de Titán, un perro labrador que ahora estaba en una finca.
Roxi Pop le devolvió la alegría a Silvia Catalina e hizo muy feliz a Sofi. Aunque su mamá estaba muy pensativa porque en cualquier momento la casa se llenaría de perritos chillando. Roxi Pop estaba a punto de ser mamá.
Así pasaron los días más felices que Cata había vivido en varias semanas. Días alegres y sin alarmas, al menos hasta que, una mañana de domingo, Cata se despertó con los fuertes ladridos de Roxi Pop. Aun estaba un poco oscuro, pero ella sabía que Roxi Pop dormía junto al jardín. Así que se asomó a su ventana para ver que alarmaba a su perrita y…entones los vio.
Abajo, junto a la entrada del la casa, un niño la miraba fijamente mientras caminaba. Junto a él estaba un perro. Pero era muy raro lo que veían sus ojos: ¡era Julio! Y junto a él andaba un extraño y orejón perro verde de peluche.
- ¡Perico! ¡Perico! – Gritó Cata y se frotó los ojos para ver mejor.
Cuando volvió a mirar ya no estaban. Bajo corriendo la escalera y casi se cae rodando por ella.
- ¡Mami, es Perico! ¡Perico volvió! Esta con Julio. Ábreme la puerta, mami.
Sus gritos habrían despertado a todos en la casa si su familia – a excepción de la dormilona Sofi – no estuvieran ya despiertos.
- ¿Qué pasa, Cata? – preguntó su mamá.
- Es perico. Esta afuera con Julio. Yo los vi. Abre la puerta para que entren.
- No hay nadie afuera, Cata. Tuviste un sueño.
- No, mami, no fue un sueño. Estoy segura. No puedo creer que sea un sueño.
- Entonces no vas a creer esto que es más extraño que un sueño. Ven…
Su mamá la llevó de la mano hasta el cuarto de las cosas viejas, al fondo de la casa.
- Ya nacieron los cachorritos de Roxi Pop – le contó a su hija.
- ¡sí! ¿y son bonitos?
- Te vas a sorprender. Ya están limpios y te queremos mostrar algo increíble, entra – le dijo su mamá justo en la puerta del cuarto de las cosas viejas – entra.
Cata sentía que tantos perritos no cabían en sus ojos. Eran…los fue contando: 1, 2, 3, 4, 5, 6,7 y…
- ¡Mami…! - fue lo único que pudo decir Cata.
Porque ahí, frente a ella, estaban siete bebecitos con sus trompitas coloradas y su piel pardo claro. Pero el numero 8, aunque también tenía la trompita rosada ¡era verde!
(Perico y sus hermanitos)
- Es Perico. – dijo Cata.- Lo deseaste tanto, mi niña, que este perrito nació verde, como Perico.
- -No, mami. Es perico. Julio me dijo que cuando lo volviera a ver no iba a saber que era Perico. Pero yo le dije la verdad, que yo si lo iba a saber. Yo sé que es él ¡Perico nació!
- Cálmate, Silvia Catalina, que se te va a salir el corazoncito. Toma, acarícialo.
- Mami. Antes de acariciar a Perico, hay algo que tengo que leer.
Y Cata subió a la carrera a su cuarto. Busco en su lugar secreto un mensaje que había olvidado por las tristezas y alegrías de los días anteriores. Y poco a poco lo leyó:
“Cata, no te preguntes quien soy, porque algún día, cuando seas más grande, lo entenderás. Solo debes saber que soy tu amigo, aunque no me llamó Julio. Has sido buena y me has regalado tu más preciado tesoro. Yo te lo devuelvo, como te había prometido, y te lo devuelvo como tú lo deseabas ¿recuerdas? Un día dijiste: “Cuanto me gustaría que fueras de verdad, Perico. Así no tendrías que quedarte aquí, tan solo, mientras yo voy a clases”. Es, pequeña Cata, que los milagros existen, aunque no siempre sean como este. Ese es el mensaje que debes compartir con tus amigos de Gramalote, el mensaje que te dejé: cuando deseamos algo con todas nuestras fuerzas, con fe, y hacemos lo que debemos pensando en el bien de todos, podemos hacer realidad los milagros.Ha sido un buen milagro que nadie haya perdido la vida en Gramalote. Y eso debe darles las fuerzas para hacer del nuevo Gramalote un milagro de unión, de vida, de amistad y solidaridad. Los niños de hoy, tus amigos, harán el Gramalote del futuro. Será un milagro, pero un milagro hecho por todos.
No debes mostrarle esta nota a nadie ni contar que es verdad. Sera nuestro secreto, pero de alguna manera haremos que los demás lo sepan. ¿Te parece bien que sea a través de una de esas historias que te gusta leer? Seguro que sí. Será una historia. Y para que nuestro mensaje llegue a tus amigos, pídele a alguien que escriba esta historia. Dile que es inventada. ¿Cómo sabrás quien es ese escritor y cuando deberás decírselo? No te preocupes, al igual que te conté antes, ya lo sabrás cuando llegue el momento. Que seas muy feliz”.
Cata terminó de leer, bajó la escalera, fue al cuarto del fondo, recibió en su mano a Perico y por primera vez lo acarició, mientras el cachorro estiraba muy contento su trompita.
Cata es muy feliz. Y tú, que también puedes serlo, ahora que estás leyendo estas palabras, debes imaginar a quién le contó Cata - para que la escribiera - su sorprendente historia.
FIN
(Perico)
Dedicado especialmente a la dulce Silvia Catalina Gentil Suarez, a todos los valerosos hijos de Gramalote, y a quienes apoyan y confían en el renacimiento de ese tesoro de nuestro departamento.
(Gramalote)
Gramalote es la memoria de un pueblo hermoso y pujante del Norte de Santander. Hogar de vidas e historias que ahora pertenece al recuerdo imperecedero de sus hijos. Un pueblo ejemplo de dignidad, que deberá renacer con el esfuerzo de todos los colombianos.
He escrito este cuento – tal vez con mucha prisa, pero sobre todo, con mis mejores sentimientos - para complacer a una pequeña y cariñosa amiga: Silvia Catalina Gentil Suarez. Y para trasmitir un mensaje de fe y esperanza a mis vecinos. Fui personero de Lourdes, el pueblo más cercano, y con mi familia tenemos una pequeña finca a solo unos kilómetros del antiguo casco urbano. Por esa razón, porque conozco a sus ciudadanos, sé que Gramalote no desapareció. Sigue ahí y no desaparecerá nunca, Gramalote es el sentimiento de sus gentes, su bondad y capacidad de trabajo. Gramalote no se destruyó, solo se hizo más grande: ahora está en cada hogar donde estén sus habitantes.
Norwell Calderón Rojas